

El grito del corazón (6)
tú piensas que un santo es alguien que está por encima de su humanidad quebrantada.
No, un santo, dijo él, es alguien que se abre con toda su imperfección y su flaqueza a la misericordia del Padre.
Tú no necesitas ser perfecto para hacer este trabajo, me dijo él, tú necesitas poner todas tus imperfecciones ante el amor misericordioso de Dios.
Esa apertura tuya es como un cauce de un río por el cual Dios va a atraer a otras personas a través de ti, primero a tu esposa, luego a tus hijos, luego a todas las personas a quienes estás llamado a enseñar y a dirigir”.
Y mi vida cambió después de pocos años de tomar estas lecciones de amor y vivirlas.
Un día que salimos a cenar con Wendy ella dijo: “Querido, hay algo realmente bueno en nuestra relación. ¿No lo sientes? ¿Qué piensas que es?”
Pensé durante un momento y dije: “Sí, yo lo estoy sintiendo y pienso que sé lo que es. Pienso que realmente me di cuenta en lo profundo de mi corazón que tú, por tí misma, no puedes satisfacerme (en ese anhelo profundo de plenitud)”, ví una agradable y especial expresión en su cara y dijo: “Eso es exactamente lo que estoy pensando acerca de ti: que por ti mismo no puedes satisfacerme (en todo ese anhelo profundo de plenitud)”.
Imagino que las personas que estaban cerca en el restaurante podrían pensar que nos íbamos a separar.
La verdad, nunca nos habíamos sentido tan cerca el uno del otro en toda nuestra vida matrimonial, porque dejamos de tratarnos de una manera tan dura, tan exigente, y porque aceptamos el amor del uno al otro con todas nuestras imperfecciones, tal como lo vi reflejado en Monseñor Lorenzo Albacete.
Fui a visitarlo el primer día de la celebración de la fiesta de su amigo y mi héroe, San Juan Pablo Segundo. Fue la última vez que lo vería.
Él estaba en una casa de cuidados de enfermería, sufriendo una enfermedad prolongada.
Murió apenas 2 días después de mi visita.

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