top of page
El grito del corazón (5)

contacto con tu deseo más profundo”.

No tenía idea de lo que iba a suceder. Bajo su guía comencé a entrar en contacto con mis más profundos deseos.

 

Cosas en las que yo había dejado de pensar durante años vinieron a mi mente y junto con ellas llegó la ira.

 

Estaba furioso con Dios y había sacado toda esa ira dentro de mí. Estaba furioso porque Dios había puesto en mí todos estos deseos y yo no estaba experimentando la infinita plenitud que anhelaba.

Le dije: “Ya entendí por qué la gente está airada contigo, por qué la gente no cree en Ti, ¿Por qué nos das estos deseos que se convierten en una carga tan pesada? ¿Qué es esto?”

Me sentí muy bien al decir todo eso, sentí que algo se rompió por dentro de mí y me sentí con vida.

 

También me sentí confundido y en conflicto. Cuando volví a hablar con el sacerdote, le dije:

 

“Padre, han pasado tres horas desde mi última confesión” , le conté todo lo que me había pasado y nunca olvidaré la respuesta que él me dio:

 

"Muy buena oración, muy buena oración. Tú oraste tu propia versión del Salmo 22: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”

Me dijo: “No necesitas confesarte de que has sido honesto con Dios. Tienes que confesar más bien que tú no has sido honesto con Dios, que estuviste

usando todas esas máscaras. La oración es cuando estamos desnudos ante Dios y él puede amarnos como realmente somos”.

Yo pensé: “Si esto es oración, me has hecho sentir muy vulnerable, débil y expuesto”.  

 

Pero ese retiro me condujo a una nueva jornada de mi vida: la jornada de estar desnudo ante mí Hacedor. Esa lección tan importante forma parte de la vida cristiana: cuando soy débil entonces soy fuerte.

Cuando toda mi debilidad quedó expuesta ante el mundo, tuve dudas de seguir con este trabajo.

 

Un día, mi director espiritual me habló directamente sobre este problema. Él dijo: “Christopher,

Magazín Digital

bottom of page