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El grito del corazón (2)

Lo trágico es que durante todos los años de mi educación católica, nadie pudo hacerme conectar con Dios en medio de ese grito del corazón que yo escuchaba apasionadamente.

 

Fui criado en lo que yo llamo el evangelio desnutrido. El mensaje básico era: “Los deseos son malos, necesitas reprimir todos tus deseos, sigue todas las reglas y serás un buen ciudadano”.

Yo no sé tú, pero si eso es todo lo que la iglesia tiene para ofrecer, entonces no importa cuánta gente como yo viva lo que llamaríamos el evangelio chatarra, que es la promesa de la vida secular de la gratificación inmediata del apetito.

 

Yo lo viví en mi adolescencia: la comida chatarra era mucho mejor para satisfacer mi apetito.

 

Pero la Gracia me llamó en mis años de colegio.

Era el año de 1988 y tuve la trágica experiencia de ser testigo de una violación en una cita.

 

Esta experiencia me marcó y me hizo hacerme profundas preguntas sobre el significado de la vida, el significado del amor, acerca de qué es lo que tenemos nosotros los seres humanos que nos conduce a herir a otros seres humanos y a convertirlos en objetos para satisfacer un placer propio.

Yo no fui culpable de esa violación en esa cita, pero influyó en mí para tener una mejor manera de ver a las personas, a las mujeres, la forma como yo fantaseaba.

 

Me hizo pensar en la forma como yo estaba viendo pornografía, también cuando estaba en la cama con mi novia.

Recuerdo esta airada oración que salió de mi corazón. Me puse de rodillas y dije:

“Dios del cielo, si tú existes, muéstrame por qué me diste todos estos deseos, porque me están causando grandes problemas. ¿Cuál es tu plan?”

Busca y encontrarás. Cierto, yo busqué y aún más encontré. Y lo que encontré fue la enseñanza de Juan Pablo Segundo llamada la Teología del Cuerpo.

 

Este loco Papa polaco me dijo que ese profundo deseo que yo estaba sintiendo tenía un nombre: el Eros.

Si vemos y nos dejamos llevar solamente por la parte superficial de los deseos, entonces eso nos conduce a la comida chatarra, pero yo aprendí en la teología del cuerpo que si nos adentramos en lo más profundo de esta realidad, nos lanza como un cohete hacia las estrellas.

 

Juan Pablo Segundo  me ayudó a darme cuenta que el

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